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domingo, 16 de abril de 2023

NYT ¿Por qué seguí casada con mi marido aunque ya no lo soportaba? o BBC "Para el tiempo que me queda por vivir lo que no quiero es estar a disgusto"

En este fin de semana de lectura de diarios ubiqué dos artículos, de alguna forma con temas relacionados, así que ha poner las barbas en remojo para que Esposita no tenga malas intenciones con este peregrino de la vida que fue arrancado de los brazos de su madre siendo aún imberbe, hace ya algunas décadas.

Primer artículo



NYT ¿Por qué seguí casada con mi marido aunque ya no lo soportaba?

"En diciembre, mi marido y yo celebramos 19 años de matrimonio. Apenas tengo 37 años, lo que significa que llevo casada más de la mitad de mi vida. Gran parte de ese tiempo ha sido muy feliz, pero también ha habido días, incluso años, en los que no podía soportar la idea de seguir con él.

En nuestra comunidad jasídica no nos casamos por amor (aunque estaba segura de que me había enamorado de él cuando confirmó durante nuestro breve beshow, el tradicional primer encuentro entre una posible pareja, que él también era un fanático de TalkRadio 77). Venimos de un largo linaje de parejas cuyo matrimonio fue arreglado. Algunos llegaron a amar a sus parejas. La mayoría perseveró. Así que cuando me encontraba despierta por la noche pensando: “Déjalo” o “Te mereces algo mejor”, me sentía como un fracaso.

Cinco años después, nuestro matrimonio había experimentado el tipo de cambios sísmicos que pocas relaciones ven en toda una vida. El amor que sobrevivía se veía eclipsado por una irritación amarga y, a veces, incluso odio.

“Odio es una palabra fuerte”, les decía a mis hijos cuando eran pequeños si manifestaban con pasión su desagrado hacia un maestro o su aversión a ciertos alimentos. Pero el odio es un sentimiento fuerte… y real. El odio que en ocasiones sentía por mi esposo en aquella época era un resentimiento lacerante que lo consumía todo.

Nos habíamos mudado de nuestra comunidad jasídica de Nueva York, y él, un hombre circunspecto, se resistía a la rápida modernización que yo le exigía. Yo detestaba que se sintiera cómodo con las restricciones de nuestra educación jasídica. Yo lo exasperaba. Lo insultaba de manera espantosa. Él respondía a mi desprecio con el silencio. Cuando dejaba pasar mis insultos para mantener la paz, me daba cuenta de que lo odiaba por su falta de pasión.

A pesar de esos intensos sentimientos y de mi infelicidad cotidiana, seguí con él. Y me alegro de haberlo hecho. Me doy cuenta de que esta idea es contraria a nuestra cultura actual, que insiste en que el matrimonio debe ser, si no dichoso todo el tiempo, sí libre de la intensa animadversión que soportaron muchos casados de generaciones anteriores.

Aunque hoy en día entendemos en general que el matrimonio es complicado e imperfecto, como se refleja en el entretenimiento que consumimos (en Los Soprano, The Crown o incluso con los Obama) años de odio o la incapacidad de soportar a tu cónyuge siguen pareciéndonos fuera de nuestra idea común de lo que un matrimonio podría, o debería, sobrevivir.

Para dejarlo claro, no hablo de quedarse en una relación de abuso, que constituye un sorprendente 20 por ciento de todos los matrimonios y uniones íntimas, y que deben abandonarse tan pronto como sea posible de forma segura.

Aun así, conviene tener en cuenta que el divorcio puede no ser un paraíso: las estadísticas demuestran que la situación de muchas personas empeora después de una separación. El divorcio aumenta el riesgo de vivir en la pobreza, según la encuesta de la Oficina del Censo de EE. UU. de 2016. Las estadísticas demuestran que quienes se vuelven va casar tienen altas probabilidades de terminar divorciados en comparación con el primer matrimonio. Las madres solteras también tienen una carga desproporcionada en la crianza de los hijos.

Puede que las estadísticas no convenzan a nadie de quedarse. Pero creo que deberíamos explorar por qué nuestra cultura suele animarnos a huir del espacio ambivalente entre “feliz” y “diferencias irreconciliables”, así como por qué a menudo nos apresuramos a celebrar el divorcio como el final valiente y lógico del descontento.

Algunos expertos dicen que es hora de replantearse los principios fundamentales de un matrimonio exitoso. Creo firmemente en el método Gottman de la terapia de pareja, desarrollado por los psicólogos John y Julie Gottman, que nos ayudó a mí y a mi marido a salir de una década oscura. En su libro The Marriage Clinic: A Scientifically Based Marital Therapy, John Gottman tiene unas expectativas modestas sobre lo que se considera un matrimonio satisfactorio. “Es probable que se piense que un matrimonio es suficientemente bueno si los dos cónyuges deciden tomar café y galletas juntos un sábado por la tarde y disfrutan de verdad de la conversación, aunque no se curen las heridas de la infancia el uno al otro o no tengan siempre sexo alucinante de fuegos artificiales”, escribe.

En mi caso, mi marido y yo ya habíamos salido victoriosos varias veces de situaciones difíciles y nos habíamos encontrado con un matrimonio suficientemente bueno después. Durante un tiempo angustioso, al principio de nuestra unión, fuimos extraños compartiendo un hogar. Como era de esperarse, el amor no llegó, citando a Madame Bovary, “de repente, con grandes arrebatos y relámpagos”. Construir el romance y el compañerismo a menudo se sentía como cultivar un desierto. Una vez que el amor florecía, era inconsistente. Podía ser o bien una presencia efervescente o dejar un vacío que te hace bostezar.

Cinco años después, nuestra estricta comunidad jasídica empezó a parecernos a los dos un traje tres tallas más pequeño. El estilo de vida nos limitaba demasiado. Dejamos la ciudad como parias con dos bebés a cuestas y nos establecimos en una comunidad ortodoxa más abierta. Mi nueva libertad me embriagó y devoró la compasión que tenía por mi marido, quien no era precisamente un entusiasta de los cambios rápidos.

Lo que vino después fue una década durante la cual peleamos como gatos salvajes. Lo que habíamos cosechado en los primeros años —afecto, amistad creciente, comprensión tentativa de las necesidades del otro— se fue junto con mi atuendo jasídico.

Tal vez me habría marchado entonces si no hubiera sido por su inefable paciencia con mi brutal inquietud, por un amor aún titilante… y por la terapia.

Pero 10 años es demasiado tiempo para aguantar a alguien a quien detestas, aunque pueda que te esperen 20 años de felicidad. A medida que pasan los días, ¿cómo podemos saber si nuestro sufrimiento es temporal? ¿Dónde está el límite? ¿Cómo saber cuándo vale la pena disolver un matrimonio?

Es una línea difusa, explica Julie Gottman. “No es cuando un miembro de la pareja odia al otro”, me dice. “Más bien, es cuando uno de los miembros de la pareja siente una apatía total hacia el otro. No quedan rescoldos de amor qué avivar”.

Ella afirma que la mayoría de los matrimonios se disuelven porque muchas veces las personas no saben cómo crear una relación amorosa y cálida. Ahí es donde la terapia puede ayudar.

Otra herramienta que puede ser útil es un nuevo matrimonio simbólico. Esther Perel, psicoterapeuta de las masas, me introdujo en este concepto de renovación, una idea central en la fe y la práctica judías. Según ella, se pueden tener varios matrimonios con el mismo cónyuge.

“¿Quieres casarte de nuevo?”, le escribí por mensaje a mi marido. Habíamos estado en terapia y estábamos viendo la luz al final del túnel lenta y dolorosamente. Sentí que si persistía durante otra década, y otra después, podría, sin votos ni pompa, volver a conocer a mi marido: la persona en la que se convirtió, no con la que me había casado. Y al hacerlo, podría hacer sitio para que creciéramos más allá de nuestro matrimonio anterior.

Hace poco, una tranquila mañana de Sabbath, con el sol paseándose por las ventanas de nuestra sala, tomamos café y mordisqueamos babka, como se hace los sábados por la mañana. La conversación giró en torno a la casa de nuestros sueños, a nuestros hijos adolescentes, a esa historia que había leído y a esa noticia del trabajo que él no había compartido, y yo apoyé la cabeza en el hombro de mi marido y le susurré: “¿No es lindo?”.

No tengo palabras para describir el tipo de compenetración fácil y amor meloso que florece después de tantos años de matrimonio. No sé cómo ni por qué sucedió, pero sucedió, y estoy agradecida hasta lo más profundo de mi ser, no solo porque hoy ame y respete mucho más a mi marido (que lo hago), porque nuestros hijos tengan a ambos padres bajo el mismo techo o porque el divorcio no necesariamente habría sido para mejor. Estoy agradecida porque, retomando a Nietzsche (y Kelly Clarkson), lo que no mata tu matrimonio fortalece tu amor. ¿Acaso no vale la pena luchar por eso?

Frimet Goldberger escribe sobre las actitudes sociales hacia los matrimonios arreglados y modernos, así como sobre el estado de las comunidades judías tradicionales en Estados Unidos."



Judaísmo jasídico

"... La palabra jasid ("piadoso") es hebrea y deriva de la raíz חסד ("bondad" o "piedad"), que produce la palabra jasidut: חסידות, que significa "práctica de la piedad y la bondad".

El jasidismo o hasidismo es un movimiento religioso ortodoxo y místico dentro del judaísmo y es parte del sector conocido como jaredí. Este tipo de judaísmo se divide en varios grupos dirigidos por un rabino, al que se denomina rebe ("maestro"), o en Israel admor (una abreviación por "nuestro Señor, nuestro maestro, nuestro rabino" en hebreo).910

Las principales características del jasidismo incluye la influencia de la Cábala y la vida en comunidades insulares y tradicionales, observando estrictamente su interpretación de la Halajá (aplicación de los preceptos de la Torá), así como el seguimiento de los dictámenes y recomendaciones del rebe en todas las áreas de la vida..."
 
 
Segundo artículo
 
 


BBC "Para el tiempo que me queda por vivir lo que no quiero es estar a disgusto": el creciente fenómeno de los divorcios tras décadas de matrimonio

"Aída Sedano se ha vuelto una celebridad en TikTok. Esta mujer de 76 años no baila ni canta, pero sus videos -en los que relata, por ejemplo, cómo es ir a hacer la compra sin su marido- han llegado hasta las 3,5 millones de visualizaciones.

Sedano -mexicana, madre de tres hijas y abuela de seis nietos- se separó de su esposo estadounidense hace nueve años, después de cuatro décadas de casada.

"Cuando ya no se da la relación, deja que el viento sople y se lleve la basura de tu camino. Y vive. Y empieza a vivir", le dice a BBC Mundo la dueña de la cuenta @aidasedanolaabuela, que tiene 116.600 seguidores en la red social.

Su frase resume el pensamiento de muchas personas en una época donde, a nivel general, la gente vive más y llega en mejores condiciones de salud -física y mental- a edades que tiempo atrás eran vistas como avanzadas.

La tendencia es tan popular que llevó a investigadores estadounidenses como Susan L. Brown a acuñar un término para este fenómeno: divorcio gris.

¿Por qué gris?

Básicamente se refiere al divorcio de personas que tienen ya el pelo canoso, es decir, personas de 50 años o más, que deciden dejar a sus parejas después de muchos años de matrimonio.

"Ya no se ve el divorcio como algo tan estigmatizado como podía ser al principio, sino que se ve mucho más normal", explica a BBC Mundo Silvia Congost, psicóloga y escritora. "Al estar más normalizado el divorcio hace que esté más presente también a esas edades".

"Además, la esperanza de vida se va alargando. Al llegar a los 65 años nos quedan dos décadas de vida de promedio y si uno no es feliz, ya no quiere resignarse a eso y sabe que tiene más opciones", indica la experta en relaciones.



De acuerdo con un estudio elaborado por Susan L. Brown, quien codirige el Centro Nacional de Investigación Familiar y Matrimonial en la Universidad Bowling Green State, la cifra de divorcios grises se duplicó entre 1990 y 2010, con un aumento de la tasa del 0,5% al 1% anual en Estados Unidos.

Hace una generación, menos del 10% de los divorcios afectaban a cónyuges mayores de 50 años. Hoy en día, más de una de cada cuatro personas que se divorcian en ese país tiene más de 50 años.

En México, la cifra de personas que se divorciaron con más de 50 años subió en diez años desde los 10.531 divorcios registrados en 2011 hasta los 28.272 de 2021, según los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

En España, otro ejemplo de esta tendencia, 34.449 personas mayores de 50 años se divorciaron en 2021 frente a las 24.894 registradas en 2013, según cifras oficiales.

Sin estigmas

"Cada vez tenemos parejas de más edad", explica a BBC Mundo Sacramento Barbas, mediadora y psicóloga de la Fundación ATYME, pionera en España en implantar la mediación. "Cada vez más parejas no quieren seguir juntas cuando llegan a la jubilación".

"Para el tiempo que me queda por vivir lo que no quiero es estar con problemas, estar a disgusto", indica sobre una de las frases que más escuchan. Otra de las frases más habituales en parejas que deciden separarse al jubilarse es la de "No reconozco a mi pareja, es como si fuera otra persona", comenta Barbas.

Sin embargo, lo sorprendente es que "a veces son los hijos adultos los que ponen más impedimentos, porque no quieren que los padres se separen", detalla la experta española sobre el divorcio a partir de los 50 años, muchos de los cuales han aguantado precisamente por los hijos.

En su opinión, "la esperanza de vida, vivir más años con una calidad de vida mejor les lleva a querer disfrutar de esta etapa sin tener disgustos". "Además, el tema del divorcio se ve diferente actualmente en la sociedad. El divorcio ha estado muy estigmatizado. Existía el miedo a la soledad, el qué pensarán en el trabajo…", agrega.



 
De la misma manera lo ve la psicóloga argentina especialista en crisis individual Beatriz Goldberg. "La gente se siente ahora con ganas de cambiar. Antes, hace muchos años, uno decía, bueno, si ya no me divorcié, ya no me divorcio. En cambio ahora, la gente con 60 y 65 años está muy saludable aún. Tienen muchos años de vida por delante".

Muchos encuentran después nuevas parejas. "Hay gente que siente que la nueva pareja es más para el goce y la otra era para armar la familia y esta es para disfrutar", explica a BBC Mundo la autora de libros como "Me separé y ahora qué".

La mediana edad está marcada por importantes transiciones vitales. Los hijos crecen y se van de casa, dejando a las parejas con el nido vacío. Las carreras profesionales van decayendo a medida que las personas se jubilan.

Sin el ajetreo diario de hacer malabarismos con los horarios de los niños y las largas horas pasadas en el trabajo, los cónyuges pueden descubrir que tienen poco en común, que son prácticamente dos extraños sin nada que decirse.

El divorcio gris no suele precipitarse por un acontecimiento singular, sino que es el resultado de un distanciamiento, explican las expertas.

Junto con la normalización del divorcio se suma la independencia de la mujer.

"Las mujeres nos hemos dado cuenta de que no tenemos por qué tolerar ciertas cosas que antaño toleraban nuestras abuelas. Ya no se necesita tanto ese modelo familiar en el que uno mantiene al otro", explica Congost.

"Si no eres feliz sabes que no tienes por qué seguir aguantando. El nivel de tolerancia en algunos casos es menor, y digo, en algunos casos, porque se sigue sufriendo en relaciones que no funcionan y que no nos damos cuenta", agrega.

La historia de Aída


Aída Sedano se casó con 24 años, pero al poco tiempo se dio cuenta de que el matrimonio no era lo que pensaba. Encerrada en su casa en Tijuana todo el día con sus hijas y obligada a dejar de trabajar como maestra rural, un trabajo que le encantaba, vio pasar los años.

"Yo platicaba con mis tías y les decía que no me gustaba esa relación, que no venía, que tomaba, que gastaba mucho. Y todo el mundo me decía: tienes buena casa, tienes buenos muebles, vistes bien, no te falta nada", comenta a BBC Mundo.

"Yo me acuerdo que una vez mi papá me preguntó, ¿te pega hija? No ¿Que no te atiende como mujer? Sí. ¿Es que te falta algo de comer, hija? No ¿Pues, qué quieres, hija? Es un muchacho joven, tiene que salir a atender el negocio".

Cuando se mudó a San Diego finalmente con su marido consiguió volver a la universidad a estudiar pedagogía con 45 años.




"Cuando volví a la universidad fue que empecé a aprender que nosotras las mujeres teníamos derechos, que el mundo había cambiado, que las cosas no eran como venía arrastrando".

Finalmente, decidió dejar a su marido a los 65 años.

Si embargo, reconoce que es un camino "muy duro". "El dolor te llega hasta la médula de los huesos", indica sobre su experiencia que recoge también en dos relatos cortos en un libro coral titulado "Estamos hechos de historias".



"Soy una señora normal que sufrió y encontró en los videos la manera de conectar, la manera de tener amistades", afirma sobre su cuenta de TikTok, donde algunos de sus videos como en el que cuenta cómo es ir a hacer la compra sin su marido han llegado hasta los 3,5 millones de visualizaciones."
 




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