(Una tradición que está desapareciendo con el tiempo).
“Payaso que no valís, a tu mama te parecís, con los chochos en la nariz y un poquito de capulís…” gritaban los guambras y de inmediato se escondían en los portales, para no ser identificados por aquel payaso que los caía a chorizazos…
Eran las figuras infaltables en las fiestas de Inocentes.
En los años 40 y 50 los “inocentes” se festejaban en Quito en las plazas Belmonte y Arenas, aunque los indígenas que habitaban la ciudad no entraban allí, y continuaban haciendo sus festejos en las calles.
Los Payasos eran los preferidos porque toparse con ellos y eludirlos a la carrera sin recibir el “chorizazo” era un arte; y cuando los “guambras” lograban rodearlos gritaban hasta quedar roncos:
de la esquina de la estación”
Y el disfrazado, fingiendo una voz aguardientosa recitaba coplas y versos picarescos que hacía reír a los presentes:
son como el alacrán,
apenas ven al hombre sin plata,
alzan la cola y se van”
“Cuando te vas a bañar,
no te metas muy al hondo,
no te vayas a olvidar
de los ponchitos al hombro”.
No faltaba algún muchacho que nuevamente gritaba “payasito la lección tu mamita sin calzón en la esquina de la estación” carcajadas de los asistentes, el payaso que salía en busca del muchacho.
Los festejos por Inocentes (así como los del Carnaval) también eran acompañados por variados licores, como un famoso preparado a base de puntas de Calacalí y también el “Guagua Montado” o Flores de Barril, bebidas “espirituosas”, que al final son las que daban calor a todo festejo...
Los Inocentes, conforme el rito religioso, se iniciaban el 28 de diciembre y concluían el 6 de enero, en la Fiesta de Reyes. Esos días los bailes de disfraces y máscaras, los juegos de Azar, las Ruletas y la Rifas eran el pan de cada día…
Especial Interés tenía el baile de fin de año, celebración para construir el nuevo año y despedir al que moría, representado en las hasta hoy afamadas figuras de los “años viejos” o monigotes, sobre todo de sátira política, elaborados con papel, ropas viejas, o aserrín y que se queman precisamente la noche del 31 de diciembre, acompañados por las “viudas” que durante el día solicitan limosnas “para el viejito” casi en cada esquina de Quito.
Hacer un “año viejo” era el resultado de una acción familiar o del grupo de amigos. Una ocasión para las reuniones amenas, llenas de dichos y alegrías. Vestir al muñeco, imaginar la escena, colocarle una careta, etc. incluso demandaba algún costo que era necesario cubrirlo colectivamente, aunque fuera poco.
El asunto era participar comunitariamente y divertirse, a punto de dejar lista la burla sobre todo contra los políticos de turno…
Para conseguir la limosna las “viudas” inventaban algún lloriqueo alhaja, porque si no satisfacía a los transeúntes, estos negaban la “limosna” que iba desde un medio (5 centavos) hasta dos reales (20 centavos) cantidades que por entonces bien podían representar una alegre “fortuna”…
La repartición de lo recaudado se hacía a las ocho de la noche, porque para ese tiempo, eso era trasnocharse.
Los familiares y amigos, sobre todo jóvenes, no podían recibir más de cinco sucres, aunque su tarro estuviera lleno de medios, reales y pesetas, porque de las ganancias había que descontar las inversiones y también financiar la asistencia de los mayores a los bailes de máscaras en las plazas Belmonte y Arenas.
Tampoco podemos olvidar los bailes organizados en. el hotel centenario, el Majestic, en el Niza del chagra Ramos, en la casa azul de los Torres, o en las huecas del flaco Quintana.
La mamá miche Bolaños con sus caldos de la Guayaquil y Mejía, o los del Castrillón. La resbaladera, o la casa de chicha dulce, lugares, donde se reunían para disfrazarse y salir a algún hotel o si era de arroz quebrado, a la plaza del Guarderas nomás.
Los Inocentes era un festejo popular en el que el ingenio se hacía presente a través de coplas y versos que corrían de boca en boca; el baile lo disfrutaban al compás de un conjunto musical.
Payasos, arlequines, colombinas, osos, diablos, charros, bolsiconas, eran los disfraces más tradicionales, Las vestimentas eran elaboradas con mucho detalle con olor a naftalina que desprendía las prendas que permanecían en grandes baúles, la mayor parte del año. Todos llevaban el rostro cubierto y si alguien le pedía un “aguinaldo” fingiendo la voz recitaba un verso. Si era descubierto debía pagar el aguinaldo, que casi siempre era una farra.
Fuente: Artículos publicados por “Últimas Noticias” y varios periódicos de la capital. Compilador Anónimo
"De ese ayer, nuestra generación ya no vio muchos de esos detalles. Algunos se perdieron, otros cambiaron. Se adaptaron a los nuevos tiempos.
Pero en mis recuerdos perduran imágenes vívidas y coloridas de mis hermanos, primos mayores y sus amigos disfrazados de payasos y diablos. Y los mocosos, nosotros, corriendo y evadiendo, sin suerte casi siempre, tremendos chorizazos.
También conocimos el "medio". Cinco centavos. Con uno de esos podía comprar un buen "manojo" de caramelos granizo o arroz de colores.
La gavilla de chiquitines arrastrando retazo de sol del bosque y ramas de eucalipto para "armar el viejo".
No quiero recordar más. Todo eso es un sueño perdido en el tiempo y que no volverá. Todo es tan diferente. Este maldito virus. Todo ha cambiado. Una espesa neblina lo cubre todo."
Autor Anónimo
Esto también pasará y volveremos a reunirnos.
Recuerdo en Ibarra los eventos por inocentes en el Coliseo Dávila (calle Oviedo entre Sánchez y Cifuentes) que luego se trasladaron al Coliseo Luis Leoro Franco.
Asistíamos en familia y las comparsas eran muy imaginativas, teníamos un compromiso de asistir al menos un día.
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