Docentes de Colegio Fisco Misional San Francisco 1970
"MIGUEL AYABACA MADRID, 28 DE FEBRERO DE 1.920
“Yo soy Ayabaca, no me doy por vencido, ni me tengo pena… Cuando tiendo a encorvarme me digo firme: ¡Ayabaca, levántate, yérguete!”.
Él sabe la exacta dimensión de su enemigo: la absoluta soledad. Esto nos dice, no en tono de queja; nos expresa contándonos como quien ha encontrado un nuevo objetivo que le despierta su curiosidad, y contra el que tiene el reto de usar todos sus recursos para derrotarlo.
Lo hemos visitado por dos ocasiones, una para la entrevista y otra para las fotografías; en esta última vez, nos cuenta su batalla contra la soledad, el momento angustioso de despertar en medio de un charco de sangre, después de una caída que le dejó inconsciente, de convalecer con sus propios auxilios durante más de ocho horas en su camastro, y luego levantarse, simplemente ordenar y limpiar su cuarto.
Su terapia son sus recuerdos, aún resuena en su cabeza el torbellino estudiantil y los muchachos, los maestros y el bullicio del recreo, los cientos de conversaciones diarias y los comentarios de los pasillos sobre las noticias de la ciudad, las juntas y las centenas de trabajos de láminas por corregir.
Pero de eso ha pasado mucho tiempo y hoy vive en el retiro con viril austeridad: una cama militar, una mesa de trabajo, una mesa de comedor, un caballete para pintar. Todo en un reducido espacio, vaya... ¡Suficiente para un espartano! “Realmente ha sido necesario vivir para entender lo que es la soledad” dijo.
Miguel Ayabaca Madrid no pide ni inspira compasión. Cuando se conversa con él en todo momento está lúcido, respira lo maravilloso y dinámico de una vida de creación, lucha y entrega. Todo menos compasión puede despertar una historia de vida como esta.
LOJA:
EL PADRE Y LA FORMACIÓN INICIAL:
LA MADRE:
EDUCACIÓN:
UN ADVENEDIZO:
FORMACIÓN EN VALORES:
OBRA ARTÍSTICA:
Se le pregunta ¿qué obra aprecia más? Y el responde: “Todas porque en todas pongo todo lo que puedo y todo lo que sé”. El retrato es la gran especialidad para él, su tendencia es el realismo y su formación como artista esta nutrida de largas lecturas. Fue profesor de Historia Artística, Estética y Dibujo Geométrico.
Conserva hasta el día de hoy, perfectamente clasificadas y ordenadas, las planificaciones de las materias que ha dado los últimos años. Dice que él hizo una exposición de sus cuadros pero que no duró mucho porque la gente “...apenas supo, se llevó todo; se vendió todo...”.
Es devoto de la Virgen Dolorosa, cuya imagen expone en su habitación, en una especie de altar.
Tiene y con mucho afecto una placa que le han dado los alumnos del Colegio San Francisco.
Al final me brinda gentilmente una golosina que le ha traído un ex alumno: “¿Quiere un pedacito de torta? Ya le voy a servir”. "
ENTREVISTAS
"MIGUEL AYABACA MADRID, 28 DE FEBRERO DE 1.920
“Yo soy Ayabaca, no me doy por vencido, ni me tengo pena… Cuando tiendo a encorvarme me digo firme: ¡Ayabaca, levántate, yérguete!”.
Él sabe la exacta dimensión de su enemigo: la absoluta soledad. Esto nos dice, no en tono de queja; nos expresa contándonos como quien ha encontrado un nuevo objetivo que le despierta su curiosidad, y contra el que tiene el reto de usar todos sus recursos para derrotarlo.
Lo hemos visitado por dos ocasiones, una para la entrevista y otra para las fotografías; en esta última vez, nos cuenta su batalla contra la soledad, el momento angustioso de despertar en medio de un charco de sangre, después de una caída que le dejó inconsciente, de convalecer con sus propios auxilios durante más de ocho horas en su camastro, y luego levantarse, simplemente ordenar y limpiar su cuarto.
Su terapia son sus recuerdos, aún resuena en su cabeza el torbellino estudiantil y los muchachos, los maestros y el bullicio del recreo, los cientos de conversaciones diarias y los comentarios de los pasillos sobre las noticias de la ciudad, las juntas y las centenas de trabajos de láminas por corregir.
Pero de eso ha pasado mucho tiempo y hoy vive en el retiro con viril austeridad: una cama militar, una mesa de trabajo, una mesa de comedor, un caballete para pintar. Todo en un reducido espacio, vaya... ¡Suficiente para un espartano! “Realmente ha sido necesario vivir para entender lo que es la soledad” dijo.
Miguel Ayabaca Madrid no pide ni inspira compasión. Cuando se conversa con él en todo momento está lúcido, respira lo maravilloso y dinámico de una vida de creación, lucha y entrega. Todo menos compasión puede despertar una historia de vida como esta.
LOJA:
Nació el 28 de febrero de 1.920 en la ciudad de Loja, en la calle Bolívar, en la casa de sus padres. Es el cuarto de 10 hijos, del hogar formado entre Manuel Salvador Ayabaca Lupercio y Zoila Vicenta Madrid Espinoza. “…Nací en el ombligo Loja, junto a Santo Domingo”, dice orgulloso: “Usted primero avanza a San Francisco, luego a la Catedral y llega a Santo Domingo; ahí nací Yo, en el ombligo de Loja”.
EL PADRE Y LA FORMACIÓN INICIAL:
Miguel Ángel agradece las disciplinas y rigores que le imponía su padre. “Difícilmente, hubiese podido luchar contra tantos problemas sin haber pasado por esa escuela que me impuso mi padre desde la niñez. Yo bendigo que haya sido así, muy, muy exigente, era fuerte. Pero yo agradezco a Dios ahora”.
Su padre, Manuel Salvador Ayabaca Lupercio, es el personaje que marca su niñez y adolescencia. Es su recuerdo más importante. Manuel Salvador era escultor y pintor connotado, cuencano de nacimiento, descendiente de viejo linaje de escultores y pintores que habían conservado los secretos del arte por más de 200 años.
Manuel de Jesús Ayabaca, es uno de sus antecesores, cuya memoria aún se honra en Cuenca, donde también existe una calle que se llama Ayabaca en honor a un lejano tío abuelo, también escultor de renombre.
Miguel Ángel aprendió todo en la severidad del taller. Allí siguió la escala gremial de aprendiz y operario. Su padre esculpía en madera, trabajaba en yeso, en piedra y en mármol, “… Y nosotros como hijos que le ayudábamos, muchachos, casi niños, aprendíamos todo, mi padre era muy exigente. Al menos, en esto del encarne, que es un secreto de la Escuela Quiteña, sabía indicarnos, primero, nos explicaba brevemente como hacer el encarne, le veíamos, teníamos que abrir bien los ojos para verle, luego nos ponía a ejecutar el trabajo y si estaba mal… ¡plaff!. Era muy fuerte mi padre”.
Relató esta historia, todavía contándola con cierto temor reverencial. Su padre viajaba mucho al Perú debido a su profesión de escultor.
Trabajaba en Loja y luego llevaba los trabajos tras la frontera, por lo que permanecía gran tiempo en el vecino país. Le daban muchas garantías para que se establezca en el Perú y en cierto momento la familia estuvo por establecerse en este país, pero sucedió la guerra de 1.941 y, claro, todo se complicó para él, incluso recuerda cómo se levantaron levas militares para ir a la guerra; y no se olvida del llanto y la angustia de la familia para evitar que el padre marchara al lugar del conflicto.
Miguel Ángel nos muestra una postal donde está la imagen de un Cristo que es, según le conocen en el Perú, el famoso Señor Cautivo de Ayabaca. Así se llama esta escultura, famosa en el Perú y atribuida a Manuel Salvador Ayabaca Lupercio, padre de nuestro biografiado. Miguel Ángel señaló: “Pido a Dios que me regale la vida para ir a ver esta escultura, que, personalmente nunca la he visto.”
Su padre, Manuel Salvador Ayabaca Lupercio, es el personaje que marca su niñez y adolescencia. Es su recuerdo más importante. Manuel Salvador era escultor y pintor connotado, cuencano de nacimiento, descendiente de viejo linaje de escultores y pintores que habían conservado los secretos del arte por más de 200 años.
Manuel de Jesús Ayabaca, es uno de sus antecesores, cuya memoria aún se honra en Cuenca, donde también existe una calle que se llama Ayabaca en honor a un lejano tío abuelo, también escultor de renombre.
Miguel Ángel aprendió todo en la severidad del taller. Allí siguió la escala gremial de aprendiz y operario. Su padre esculpía en madera, trabajaba en yeso, en piedra y en mármol, “… Y nosotros como hijos que le ayudábamos, muchachos, casi niños, aprendíamos todo, mi padre era muy exigente. Al menos, en esto del encarne, que es un secreto de la Escuela Quiteña, sabía indicarnos, primero, nos explicaba brevemente como hacer el encarne, le veíamos, teníamos que abrir bien los ojos para verle, luego nos ponía a ejecutar el trabajo y si estaba mal… ¡plaff!. Era muy fuerte mi padre”.
Relató esta historia, todavía contándola con cierto temor reverencial. Su padre viajaba mucho al Perú debido a su profesión de escultor.
Trabajaba en Loja y luego llevaba los trabajos tras la frontera, por lo que permanecía gran tiempo en el vecino país. Le daban muchas garantías para que se establezca en el Perú y en cierto momento la familia estuvo por establecerse en este país, pero sucedió la guerra de 1.941 y, claro, todo se complicó para él, incluso recuerda cómo se levantaron levas militares para ir a la guerra; y no se olvida del llanto y la angustia de la familia para evitar que el padre marchara al lugar del conflicto.
Miguel Ángel nos muestra una postal donde está la imagen de un Cristo que es, según le conocen en el Perú, el famoso Señor Cautivo de Ayabaca. Así se llama esta escultura, famosa en el Perú y atribuida a Manuel Salvador Ayabaca Lupercio, padre de nuestro biografiado. Miguel Ángel señaló: “Pido a Dios que me regale la vida para ir a ver esta escultura, que, personalmente nunca la he visto.”
LA MADRE:
La madre se llamaba Zoila Vicenta Madrid Espinoza. Su hijo no sabe exactamente cuando nació pero por sus cálculos dice que pudo haberse casado antes del siglo XX y por lo tanto, al igual que el padre, probablemente, nacieron a finales de ese siglo. De su madre recuerda que “era buena, dulce y enérgica, sabía defendernos mucho. Pero cuando el padre iba a trabajar en el Perú, ella, sola frente al batallón, se tornaba en muy enérgica”.
EDUCACIÓN:
Se educó en la escuela de los Hermanos Cristianos en la ciudad de Loja y cuando salió de Loja a los 12 años y su familia se instaló en Quito, estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes; aquí, junto con sus tres hermanos, se graduó de pintor y escultor, en el año 1.943. Recuerda de esta escuela a destacados profesores que fueron sus maestros: a don Pedro León, quien fue director de la Escuela de Bellas Artes de Quito y educado en Francia; a Diógenes Paredes, Carmita Palacios y Leonardo Tejada.
UN ADVENEDIZO:
Miguel Ángel llegó a Imbabura desde Quito en el año 1.944. Vino a fundar el Colegio de Artes Aplicadas “Daniel Reyes” de San Antonio de Ibarra. Era, según sus palabras, “un desconocido, un pobre diablo”. Inicialmente la gente le vio mal por ser afuereño. San Antonio era un pueblo de artistas que, en aquellos tiempos, bajo el impulso visionario del párroco doctor Miguel Ángel Rojas, de Tulcán, impulsó la necesidad de perfeccionarse, de ir más allá de la enseñanza fundamental que se recibía en los talleres artesanales, donde, clásicamente, el maestro del taller era el depositario de todos los secretos del arte y los impartía a sus operarios y aprendices.
En San Antonio, la única enseñanza que se recibía en aquellos años era, por lo tanto, la propia de los talleres artesanales. En el pueblo de San Antonio de Ibarra se casó a los 25 años de edad; su esposa, ya fallecida, era de la misma localidad de San Antonio. Se llamaba Mercedes Carrillo y era cuatro años menor que él. Con Mercedes tuvo cuatro hijas, todas mujeres; una de ellas falleció a los seis años de edad y le sobreviven tres que se llaman Betty Cumandá, Judith, y Zoila Ayabaca Carrillo. Resalta de la primera hija, su trayectoria profesional, graduada en Oxford como genetista.
En San Antonio, la única enseñanza que se recibía en aquellos años era, por lo tanto, la propia de los talleres artesanales. En el pueblo de San Antonio de Ibarra se casó a los 25 años de edad; su esposa, ya fallecida, era de la misma localidad de San Antonio. Se llamaba Mercedes Carrillo y era cuatro años menor que él. Con Mercedes tuvo cuatro hijas, todas mujeres; una de ellas falleció a los seis años de edad y le sobreviven tres que se llaman Betty Cumandá, Judith, y Zoila Ayabaca Carrillo. Resalta de la primera hija, su trayectoria profesional, graduada en Oxford como genetista.
FORMACIÓN EN VALORES:
Se dice que comenzamos a tener valores muy tempranamente durante nuestra infancia, cuando aprendemos a tener aprecio por las cosas que satisfacen nuestras necesidades básicas, pero valoramos fundamentalmente a las personas que nos las han proporcionado. Su forma de ser hacia nosotros se convierte en la principal referencia de lo que es valioso. Por esta razón, nuestra personalidad se moldea primero con las actitudes y comportamientos de las personas que nos crían en la niñez y luego también con los comportamientos de quienes nos forman; sus conductas tienen la solvencia de lo que después se convierte en nuestros principios morales y creencias más importantes.
Miguel Ayabaca comprendió que la enseñanza del dibujo técnico, la pintura y escultura son un vehículo importante, un hermoso pretexto para impartir más que conocimientos sobre estas artes: valores. Él consideró las habilidades esenciales en cada área de contenidos y por eso evalúo siempre a sus alumnos de manera personalizada, y diseñó modelos de programas que hasta ahora conserva y que le sirvieron para superar las incapacidades y falencias de sus alumnos.
A través de las asignaturas que dictaba, especialmente del dibujo técnico, consiguió que la forma de percibir del alumno sea activa y exploratoria, sutil y capaz de darse cuenta de lo aparente y de los atributos que los sentidos no captan de modo inmediato. Para Miguel Ángel esto era todo una posibilidad de moralizar, por ejemplo la perspectiva y deformación ya que las cosas cambian, desde el ángulo y desde los perjuicios de las personas. El pretendía, y lo consiguió con éxito, conferir al alumno mayor autonomía y autodirección en su forma de percibir.
Normalmente el alumno depende de los estímulos externos, más en materias como estas, mientras se ve atraído por los estímulos, su percepción es pasiva y se queda en los rasgos más llamativos. Miguel Ayabaca logra que sus alumnos sean menos dependientes de estos estímulos. Cree que como la percepción es producto del análisis, exige el ejercicio de diferenciar, discriminar, enumerar, describir y ordenar todo lo que un objeto nos puede decir de sí mismo.
Es decir, Miguel Ayabaca, como maestro creó en su entorno, un campo de referencia amplio, diverso y rico; sus alumnos entraron en él y se desenvolvieron dentro de los mismos referentes internos y externos que podemos definirlos como necesidad de expresarse con corrección y exactitud, paciencia y persistencia, repetición del trabajo hasta lograr su más exacta corrección y eficacia.
Así era él en la pizarra, y sus alumnos en la misma dinámica, no podían perderse un trazo, una línea, una perspectiva; no había repetición, no había casi explicación, tenían que aprender a buscar en la biblioteca, a consultar, a encerrarse en sus casas hasta conseguir láminas impolutas, sin la más mínima mancha y con la perfecta proyección que él esperaba.
Sus alumnos estaban como retados a emularse entre ellos y a agradar al maestro con la mejor perfección de sus dibujos, forzados hasta un punto que obligaba a las familias a involucrarse en esa dinámica. Debido a esto, su casa, todos los días estaba abierta a padres y alumnos, explicando notas, dando clases gratuitas. En definitiva, estaba educando en valores. Fue un mediador que facilitó el desarrollo del potencial del aprendizaje y fue capaz de crear en sus alumnos, determinadas conductas que anteriormente no poseían.
Eso no quiere decir que Miguel Ayabaca no haya sido estricto. Fue probablemente muy duro, quizás el más extremadamente inflexible de los maestros que sus alumnos hayan conocido; preguntado al respecto, él responde que sí, que él lo que pretendía en lo inmediato era preparar a sus alumnos para las rigurosidades “a veces antipedagógicas del ambiente universitario especialmente de la Politécnica Nacional”.
Las felicitaciones de las universidades y politécnicas, donde los alumnos iban a estudiar sus carreras profesionales, prácticamente llovían. No había año en que los maestros universitarios, impresionados por sus alumnos de la provincia de Imbabura, averiguando quien fue el maestro y en qué establecimiento impartió sus conocimientos, no les hagan llegar por escrito sus respetos al colegio y al maestro.
En su trayectoria, fue profesor fundador en el Colegio de Artes Aplicadas Daniel Reyes de San Antonio de Ibarra, director encargado de este colegio en varias ocasiones; profesor-fundador del Colegio Fisco-Misional San Francisco; profesor del Colegio de Señoritas Ibarra, al que ingresó en 1.970; del colegio femenino Inmaculada Concepción; de los colegios nocturnos: Miguel de Ibarra y Teodoro Gómez de la Torre. Sus cátedras fueron dibujo técnico, pintura, escultura y modelado, materias que él amaba y dominaba.
Miguel Ayabaca comprendió que la enseñanza del dibujo técnico, la pintura y escultura son un vehículo importante, un hermoso pretexto para impartir más que conocimientos sobre estas artes: valores. Él consideró las habilidades esenciales en cada área de contenidos y por eso evalúo siempre a sus alumnos de manera personalizada, y diseñó modelos de programas que hasta ahora conserva y que le sirvieron para superar las incapacidades y falencias de sus alumnos.
A través de las asignaturas que dictaba, especialmente del dibujo técnico, consiguió que la forma de percibir del alumno sea activa y exploratoria, sutil y capaz de darse cuenta de lo aparente y de los atributos que los sentidos no captan de modo inmediato. Para Miguel Ángel esto era todo una posibilidad de moralizar, por ejemplo la perspectiva y deformación ya que las cosas cambian, desde el ángulo y desde los perjuicios de las personas. El pretendía, y lo consiguió con éxito, conferir al alumno mayor autonomía y autodirección en su forma de percibir.
Normalmente el alumno depende de los estímulos externos, más en materias como estas, mientras se ve atraído por los estímulos, su percepción es pasiva y se queda en los rasgos más llamativos. Miguel Ayabaca logra que sus alumnos sean menos dependientes de estos estímulos. Cree que como la percepción es producto del análisis, exige el ejercicio de diferenciar, discriminar, enumerar, describir y ordenar todo lo que un objeto nos puede decir de sí mismo.
Es decir, Miguel Ayabaca, como maestro creó en su entorno, un campo de referencia amplio, diverso y rico; sus alumnos entraron en él y se desenvolvieron dentro de los mismos referentes internos y externos que podemos definirlos como necesidad de expresarse con corrección y exactitud, paciencia y persistencia, repetición del trabajo hasta lograr su más exacta corrección y eficacia.
Así era él en la pizarra, y sus alumnos en la misma dinámica, no podían perderse un trazo, una línea, una perspectiva; no había repetición, no había casi explicación, tenían que aprender a buscar en la biblioteca, a consultar, a encerrarse en sus casas hasta conseguir láminas impolutas, sin la más mínima mancha y con la perfecta proyección que él esperaba.
Sus alumnos estaban como retados a emularse entre ellos y a agradar al maestro con la mejor perfección de sus dibujos, forzados hasta un punto que obligaba a las familias a involucrarse en esa dinámica. Debido a esto, su casa, todos los días estaba abierta a padres y alumnos, explicando notas, dando clases gratuitas. En definitiva, estaba educando en valores. Fue un mediador que facilitó el desarrollo del potencial del aprendizaje y fue capaz de crear en sus alumnos, determinadas conductas que anteriormente no poseían.
Eso no quiere decir que Miguel Ayabaca no haya sido estricto. Fue probablemente muy duro, quizás el más extremadamente inflexible de los maestros que sus alumnos hayan conocido; preguntado al respecto, él responde que sí, que él lo que pretendía en lo inmediato era preparar a sus alumnos para las rigurosidades “a veces antipedagógicas del ambiente universitario especialmente de la Politécnica Nacional”.
Las felicitaciones de las universidades y politécnicas, donde los alumnos iban a estudiar sus carreras profesionales, prácticamente llovían. No había año en que los maestros universitarios, impresionados por sus alumnos de la provincia de Imbabura, averiguando quien fue el maestro y en qué establecimiento impartió sus conocimientos, no les hagan llegar por escrito sus respetos al colegio y al maestro.
En su trayectoria, fue profesor fundador en el Colegio de Artes Aplicadas Daniel Reyes de San Antonio de Ibarra, director encargado de este colegio en varias ocasiones; profesor-fundador del Colegio Fisco-Misional San Francisco; profesor del Colegio de Señoritas Ibarra, al que ingresó en 1.970; del colegio femenino Inmaculada Concepción; de los colegios nocturnos: Miguel de Ibarra y Teodoro Gómez de la Torre. Sus cátedras fueron dibujo técnico, pintura, escultura y modelado, materias que él amaba y dominaba.
OBRA ARTÍSTICA:
Miguel Ángel Ayabaca se destacó en la pintura decorativa profana y religiosa: pintó en edificios públicos, iglesias y conventos. También fue retratista y todas sus obras las ha vendido. En la actualidad no conserva ninguna en su propiedad. El mayor coleccionista de su obra artística es el licenciado Vargas (No recuerda el nombre). Se trata de una colección privada del señor Vargas, son los retratos de su familia. Una de las pinturas que más le gusta es la del tradicional Ceibo. Este cuadro lo vendió a alguien cuyo nombre de la misma manera olvida (Dice que la persona a la que vendió el cuadro es alguien relacionado con el almacén Doña Juanita).
Dentro del campo escultórico, trabajó el busto de don Juan Francisco Cevallos que se encuentra en el Colegio Ibarra, y también el que está en la avenida Mariano Acosta, frente al mencionado establecimiento educativo, que es una copia del mismo busto.
Dentro del campo escultórico, trabajó el busto de don Juan Francisco Cevallos que se encuentra en el Colegio Ibarra, y también el que está en la avenida Mariano Acosta, frente al mencionado establecimiento educativo, que es una copia del mismo busto.
Se le pregunta ¿qué obra aprecia más? Y el responde: “Todas porque en todas pongo todo lo que puedo y todo lo que sé”. El retrato es la gran especialidad para él, su tendencia es el realismo y su formación como artista esta nutrida de largas lecturas. Fue profesor de Historia Artística, Estética y Dibujo Geométrico.
Conserva hasta el día de hoy, perfectamente clasificadas y ordenadas, las planificaciones de las materias que ha dado los últimos años. Dice que él hizo una exposición de sus cuadros pero que no duró mucho porque la gente “...apenas supo, se llevó todo; se vendió todo...”.
Es devoto de la Virgen Dolorosa, cuya imagen expone en su habitación, en una especie de altar.
Tiene y con mucho afecto una placa que le han dado los alumnos del Colegio San Francisco.
Al final me brinda gentilmente una golosina que le ha traído un ex alumno: “¿Quiere un pedacito de torta? Ya le voy a servir”. "
ENTREVISTAS
Ayabaca, M. (26 de enero de 2015). Entrevista sobre su vida y trayectoria. (Marcos Martínez Flores, Entrevistador- Biógrafo)
El 18 de septiembre de 2023 se informa que el Sr. Ayabaca ha Fallecido
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