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jueves, 7 de septiembre de 2023

Fray Agustín Moreno (+), coautor de la declaración de la Unesco - Miembro de Número de la Academia Nacional de Historia

"Este “viernes de Dolores” como lo llama la iglesia, falleció a primera hora de la tarde y a sus 93 años de edad, Fray José Agustín Moreno Proaño, ofm. Dejó esta vida en la ciudad de Quito, a la que tanto amó y sirvió. Fue velado en la Capilla de Villacís, lateral al altar mayor de la iglesia de San Francisco, y enterrado en el convento donde vivió la mayor parte de su larga vida y desarrolló su prolífica labor intelectual y pastoral.

Fue uno de los franciscanos más conocidos en los círculos intelectuales del Ecuador en el siglo XX y lo que va del XXI. Hombre lleno de vitalidad y alegría, su clara inteligencia y profundo conocimiento de la historia no se demostraba en pedantería ni alardes de erudición pues, al contrario, siempre fue la imagen viva de la sencillez y simpatía; un “fraile menor de san Francisco”, como él mismo decía.

Pero cuando uno escarbaba, en sabrosas charlas con él, en sus conocimientos, descubría un saber enciclopédico y una memoria privilegiada sobre la historia eclesiástica y política, y en especial la historia cultural y artística tanto del Ecuador, como de América y Europa. Como bien dice un comunicado de la Orden “su vida llenó de gloria las páginas de la historia franciscana en el Ecuador, como también la historia de nuestro país y de manera muy especial de la ciudad de Quito”.

En efecto, y esto ya lo dice este comentarista, su amor por Quito fue manifiesto, y pudo expresarse de manera muy especial, realmente providencial, como él mismo lo decía, con la aparición en 1975 de su libro “Quito Eterno”, que se publicó en inglés, francés, alemán y español, y que fue clave para la declaración de Quito como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1978.

Por supuesto, a aquel libro le precedieron los trabajos anteriores de otras personas, como los de los historiadores del arte y de la cultura y los de los urbanistas, sobre el valor único de esta ciudad mestiza. Y se unieron para el logro los pasos dados por la propia ciudad, como la ordenanza de preservación del Centro Histórico de Quito de 1966, cuyo cincuentenario se conmemora este año, y el Plan de Preservación de dicho centro, que permitió a la delegación ecuatoriana tener los argumentos suficientes para alcanzar esa designación, doblemente importante por haber sido la primera ciudad del mundo, junto con Cracovia, en alcanzar tal categoría.

Pero el hecho de disponer del libro de Fray Agustín Moreno en varios idiomas, hizo posible que se lo distribuyera entre los funcionarios de la Unesco y los delegados de múltiples países, algunos de los cuales, al estar más en puestos diplomáticos que en el trabajo de la cultura, jamás habían oído de la importancia de Quito. Fue a través de las páginas, escritas con rigor y a la vez con amor por Fray Agustín Moreno, que supieron aquilatar las condiciones únicas de la ciudad y reconocer que sus habitantes y autoridades tenían, primero, conciencia de su valía y, luego, normas para preservarla y conservarla.

Por eso, podría decirse sin temor a equivocarse que él fue uno de los coautores de la declaración de la Unesco, junto, por supuesto, a Rodrigo Pallares, que presidió esa delegación y los demás diplomáticos y funcionarios ecuatorianos. Lo que quiero decir es que la declaración fue un logro colectivo de Quito y del Ecuador, como todos los grandes logros de la historia de los pueblos, con unos cuantos seres que se merecen mayor reconocimiento por haber creado conciencia, primero, en la propia Quito, haber transmitido esa valoración a los extranjeros y haber hecho el trámite finalmente exitoso.

Fray Agustín o “el padre Moreno”, como se lo conocía, nació en Cotacachi, provincia de Imbabura, el 22 de agosto de 1922. Perdió a su padre muy pronto. Entró al colegio seráfico de Quito y enrumbó su vida hacia la orden franciscana siendo aún niño, antes de los 12 años.

Estudió tanto en Quito como en el extranjero, y se dedicó con cada vez mayor empeño a la historia, tanto la de su orden religiosa, como la de Quito y su arte. Decía que la receta de su estudio era “leer y recordar”, y en realidad su memoria era prodigiosa. Una anécdota al respecto, que cuentan los franciscanos, es que la primera vez que leyó La Divina Comedia de Dante, en italiano, idioma que no conocía, pudo repetir de memoria su canto final ante el asombro de todos sus compañeros. Ello le llevó a aprender italiano, autodidacta siempre, al igual que aprendió inglés y francés, idiomas en los que dictó clases en universidades extranjeras, además del latín y el griego. A los 23 años fue ordenado sacerdote.

En 1979 ingresó a la Academia Nacional de Historia, caso único en que no pasó primero por ser miembro correspondiente, sino que se incorporó directamente como miembro de número.

Ocupó en ella todos los cargos, como bibliotecario, secretario, tesorero y vicepresidente durante varios períodos, siendo nombrado finalmente vicepresidente de honor vitalicio de la corporación.

Durante 40 años fue profesor de la cátedra de Cultura Ecuatoriana en el Instituto de Posgrado en Ciencias Internacionales de la Universidad Central, habiendo recibido en 2011, más de una década después de su retiro, la condecoración “Honorato Vásquez”, la máxima que otorga la Universidad Central, en reconocimiento de sus méritos culturales y pedagógicos.

Además de la Academia de Historia, fue miembro de Número de las Academias de Historia Eclesiástica y de Ciencias Jurídicas y Sociales del Ecuador y de la Academy of American Franciscan History, de Washington, D.C. y miembro correspondiente de las de Historia de Bolivia y de Perú. También fue docente de Cultura Ecuatoriana de la Academia Diplomática del Ministerio de Relaciones Exteriores y de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Fue profesor invitado de las Universidades Laval (Québec, Canadá); Saint Bonaventure (Olean, New York), y Católica (Lovaina, Bélgica), entre otras.

Su simpatía, su apertura y su cercanía a todos los que trataba, y su incansable voluntad de trabajar, hicieron que siempre le eligieran a cargos directivos. Fue presidente del Instituto Ecuatoriano de Cultura Hispánica, del directorio del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural del Ecuador, del Patrimonio Cultural de la Iglesia, director de la sección de Ciencias Históricas y Geográficas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, vicepresidente del Círculo de la Prensa del Ecuador, miembro del Instituto Panamericano de Geografía e Historia, de la Sociedad Bolivariana del Ecuador, de los institutos Sanmartiniano y O’Higginiano de Quito, vicepresidente de la Asociación Ecuatoriana de Museos. Fue Comendador de la Orden de Caballeros de Quito Sebastián de Benalcázar. En vida recibió condecoraciones y homenajes de las municipalidades de Quito, Cotacachi, Otavalo, Ibarra, así como de gobiernos provinciales, haciendo gala siempre de humildad franciscana.

Pero no se crea que esa humildad fue sinónimo de apocamiento. La reciedumbre moral y el patriotismo del padre Moreno se hacían presentes cada vez que era menester. Me tocó ser testigo un día en plena Plaza de la Independencia. El 24 de julio de 2011, la Academia Nacional de Historia, con ocasión de los 102 años de su fundación, puso una ofrenda floral al pie del monumento a los héroes de la Revolución Quiteña del 10 de agosto, dirigiendo unas palabras Fray Agustín Moreno, como subdirector (no recuerdo la razón por la que en aquella ocasión no estuvo Juan Cordero Íñiguez, director titular). Había un grupo de curiosos que fue creciendo en número. Pronto ––era la época de oro del correato–– empezaron gritos destemplados de “abajo los pelucones” y cosas por el estilo. El padre Moreno dio un giro a su discurso y ––al fin y al cabo, venía de la época en que no había amplificación desde el púlpito––, con una voz potente y sonora, hizo una arenga extraordinaria sobre la patria, su historia y la necesidad de unidad, tan vibrante y emotiva que calló a los opositores y cosechó a cada párrafo aplausos más entusiastas hasta terminar rodeado de una muchedumbre que le ovacionó.

Precisamente Juan Cordero, en una publicación que realizó en 2014, resume en cuatro grandes temas principales el trabajo de Fray Agustín Moreno: la biografía de santa Mariana de Jesús, a la que aportó con datos nuevos por él investigados; las biografías de fray Jodoco Rique y fray Pedro Gocial, religiosos franciscanos, fundadores y pioneros de la Escuela Quiteña de arte; el estudio de la obra de Manuel Chili “Caspicara”, tan completo que hace de Moreno el mayor especialista en este escultor quiteño, y la ya mencionada y famosa “Quito Eterno”.

Todos los que le conocimos sabemos lo honda que es nuestra pérdida. Pero seguro que entre los recuerdos que de él tenemos, está su picardía, como cuando soltaba coplas como la de que “No hay mal que por bien no venga / ni bien sin ajeno daño / ni engaño sin desengaño / ni amor que su fin no tenga”. A lo que después añadía: “No hay mal que dure cien años… ¡ni amor que pase de diez!”, para soltar una carcajada sincera. Incluso se burlaba de sus años: “La pobreza y la vejez / hermanas tienen que ser: / al pobre nadie le quiere, / al viejo ni su mujer”.

Así que hoy brindo por él, desde estas páginas virtuales, recordando su inimitable sonrisa, cuando decía: “Si Dios en su gran bondad/ aquí bebiendo nos tiene, / será porque nos conviene. / ¡Hágase su voluntad!”."
 
 
 

 
Academia Nacional de Historia FALLECIÓ FRAY AGUSTÍN MORENO, 2016/03/22

"Foto de archivo. Fray Agustín Moreno desvela su cuadro al óleo, del maestro Angeloni Tapia, en su homenaje del 18 de marzo del 2014; a su lado Jorge Núñez Sánchez, Director de la Academia.

El día viernes 18 de marzo del 2016, en horas de la tarde, en la ciudad de Quito, falleció el ilustre y muy querido Fray Agustín Moreno, Subdirector Vitalicio de Honor de esta institución. Sus restos fueron velados en la Iglesia de San Francisco. La ceremonia de cuerpo presente contó con la asistencia de un sinnúmero de académicos, autoridades y personalidades.
 
El Dr. Jorge Núñez Sánchez, visiblemente conmovido realizó una intervención oratoria. Sus restos fueron sepultados, el día sábado 19 de marzo en horas de la tarde.

Núñez Sánchez, anunció que la Academia dedicará un número de la “Colección Académicos de la Historia”, para relievar la personalidad y la obra de tan connotado intelectual.

Fray Agustín Moreno ingresó a la Academia el 25 de enero de 1979 con un estudio sobre “La Patria y estirpe de Fray Jodoco Ricke”.

Según el Dr. Jorge Núñez Sánchez, Director de la Academia, Fray Agustín Moreno Proaño es el único caso en la historia de la institución, de un académico que se incorporó directamente como Miembro de Número sin ser previamente Miembro Correspondiente. Fray Agustín también fue Director de la Sección Académica de Historia, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión.

Fray Agustín Moreno se retiró de la cátedra de Cultura Ecuatoriana, en el Instituto de Posgrado de la Universidad Central, luego de más de cuarenta años de servicio.

Núñez Sánchez, enfatizó que fue el padre Agustín Moreno quien lo recibió oficialmente al ingresar a esta respetable Academia Nacional, invitado por el sabio y recordado Director Plutarco Naranjo Vargas.

Tanto Fray Agustín Moreno como el Dr. Jorge Núñez fueron designados Miembros Correspondientes de la Academia Nacional de Historia del Perú, el 4 de agosto del año 2003, siendo los primeros ecuatorianos que merecieron ese honor por parte de ese vecino país.

Fray Agustín Moreno es ahora una leyenda, con una extraordinaria bitácora de vuelo; ingresó en la Orden Franciscana apenas terminada su niñez; estudió en Ecuador y en el extranjero, donde cursó estudios superiores de Ciencias Sociales y Políticas, adicionalmente, trabajó en varios países de Europa y Estados Unidos de Norteamérica en instituciones muy valiosas como la Biblioteca del Congreso en Washington, en el Instituto Smithsoniano y la Academia de Estudios Franciscanos. Fue invitado a dictar conferencias en la Sociedad Geográfica de Amberes; en la Sorbona de París; en el Museo de América de Madrid y en muchas ciudades de nuestra América.

En el Ecuador, cumplió con diversas dignidades dentro de su orden y fue docente de diplomáticos interesados en el Arte Quiteño Colonial, así como en la Escuela de Posgrado de Ciencias Internacionales en la Universidad Central del Ecuador en la Facultad de Jurisprudencia de la misma Universidad, y en la Pontificia Universidad Católica.

Fue Director del Instituto Cultural Hispánico y del Instituto de Patrimonio Cultural. También fue consultor para eventos y acciones que tienen como base la historia, por ejemplo, para la nomenclatura de las calles de Quito o para la selecciones de personajes que debían ornamentar la gran Basílica del Voto Nacional.

Fray Agustín Moreno recibió numerosas membresías en instituciones nacionales e internacionales y recibió merecidamente muchas condecoraciones.

La más importante de ellas es la presea “Honorato Vázquez”, que le fuera otorgada como catedrático del Instituto de Posgrado en Ciencias Internacionales, Universidad Central del Ecuador, luego de haber ejercido la cátedra de Cultura Ecuatoriana durante cuarenta años, con gran satisfacción de sus alumnos y cuando Director de este Instituto el académico Dr. Leonardo Barriga López.

Con su indiscutible bagaje cultural, acumulado a lo largo de un poco más de nueve décadas de vida, fray Agustín es, sin lugar a dudas, uno de los intelectuales de mayor renombre de nuestro país, su carisma, calidad humana y fino sentido del humor, siempre estarán presentes en nuestros corazones.

¡ Siempre recordaremos con afecto a tan esclarecido personaje !"
 
Mi hermano Juan Carlos, en su blog tiene alguna publicaciones sobre Fray Agustín


"De los ritos humanos hay uno singular: el develamiento de un retrato al óleo. Más aún si esa pintura estará colgada junto a personajes memorables. Hay lienzos solemnes, como los pintados por Rafael Troya o los Salas, para hablar de los ecuatorianos.
 
Pero están también los cuadros que no existen, porque son una promesa, como evoca Borges en el poema ‘El regalo interminable’: “Un pintor nos prometió un cuadro. Ahora, en New England, sé que ha muerto. Sentí, como otras veces, la tristeza de comprender que somos como un sueño. Pensé en el hombre y en el cuadro perdidos. (Solo los dioses pueden prometer, porque son inmortales.)”.
 
El pasado miércoles, en la Academia Nacional de Historia, se mostró al público la pintura de fray Agustín Moreno Proaño, realizada por el pintor cotopaxense Angeloni Tapia. En el acto -mientras otros cuadros nos miraban desde el pasado-, el director de la Academia, Jorge Núñez, realizó una semblanza de quien ha trabajado incansablemente por el arte religioso ecuatoriano, preservándolo en sus doctos libros.
 
Fue la oportunidad, además, para rendir un homenaje a este historiador, nacido en Cotacachi, pero ciudadano del mundo, que nos ha devuelto el amor por el Quito eterno, como titula uno de sus libros. Acaso su empresa de toda una vida sea el libro sobre los frailes Jodoco Rique y Pedro Gocial, quienes en el siglo XVI construyeron el magnífico convento de San Francisco, donde -en una de sus celdas- habita este hombre que se atrevió a salir del scriptorium.
 
A sus 93 años, Moreno conserva la jovialidad de toda una vida, no exenta de una fina ironía que, en su caso, no es un lugar común. En su intervención, habló de una obra que lo marcó de niño: las singulares aventuras de Don Quijote. Habló de su padre muerto a los 29 años y de su amor por la palabra. Rememoró a los antiguos historiadores, enumeró, como en el poema borgiano, los cuadros que faltan, y dijo sentirse un vínculo con las nuevas generaciones.
 
Contó sobre sus diálogos con el también historiador de arte religioso padre José María Vargas, allá en el convento de Santo Domingo. Y, claro, escucharlo fue como estar en una tertulia donde el esplendor del barroco inundaba el ambiente.

Debemos tanto a la sapiencia de este historiador que no queda más que acudir a Virgilio: “Mientras el río corra, los montes hagan sombra y en el cielo haya estrellas, debe durar la memoria del beneficio recibido en la mente del hombre agradecido”. Gracias, fray Agustín, también los hombres que cuentan las historias pueden ser inmortales, como los lienzos que burlan al tiempo. "
 
En primera persona

Fray Agustín Moreno era amigo de mi Padre César Aníbal Morales Granda.
 
En temporada de Fanesca era invitado esperado, tenía un cantidad de anécdotas y compartía con un particular estilo. Degustaba también del dulce de higos.
 
Luego que falleció mi Padres, Fray Agustín continuaba acompañándonos en la Fanesca.
 
Recuerdo una historia del Caspicara que tenía en su celda en San Francisco, otra del libro del Cardenal Cisneros, otras de su colección de libros y cómo los obtuvo, otras de ...
 
 

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