NYT ¿Y si en 2024 prometemos mejorar el mundo?
" Los propósitos de Año Nuevo son plegarias de a centavo. Eres así, pero esperas ser así. Antes querías esto, pero ahora quieres aquello.
El supuesto que subyace a los propósitos es que algo debe corregirse y mejorarse. Uno promete ser mejor de lo que fue el año anterior.
Parte de la naturaleza de los propósitos, sobre todo para los que tenemos más de 60 años, tiene que ver no solo con el nuevo año que tenemos por delante, sino también con el tiempo ya pasado, o mal pasado.
Reflexionamos sobre los años que hemos vivido, sobre los propósitos que nos hemos hecho y los que no. Ha pasado otra Nochevieja. Cada vez que pasa un año, el corazón se hunde. Se nos acaba el tiempo, y el tiempo es lo que más valoramos.
El historiador y filósofo Lewis Mumford creía que el reloj, y no la máquina de vapor, era la principal máquina de la era industrial, porque el tiempo guarda una relación dominante con el gasto de energía humana y, por tanto, con cualquier producto. Desde el principio, la esencia de la industria ha sido que las cosas funcionen a tiempo. El tiempo lo toca todo en la vida, incluso el amor. Es fundamental.
Por eso siempre hay una desesperación melancólica y un sentido de urgencia cuando gritamos: “¡Feliz Año Nuevo!”. ¿Este nuevo año será, de verdad, mejor que el anterior? Nos hacemos ese propósito. Decidimos estar más en forma, más sanos, ser más listos, más ricos, más exitosos, más populares, más productivos, mejor vestidos, más felices. Y así se reinicia todo el ciclo vano, insensato e inevitablemente decepcionante.
El problema de todas estas promesas orientadas hacia uno mismo es que son nimiedades. ¿Qué le importa al gran mundo si pierdes peso, haces ejercicio, trabajas más arduamente, dejas de beber o de fumar?
Deja de fumar o fúmate tres paquetes al día. Haz ejercicio a diario o descuida tu apariencia. Es tu elección, tu vida. Tu pequeña vida. Mientras tanto, el mundo —todo el mundo torturado, autodestructivo, polarizado, en peligro, extraordinario— sigue girando.
¿Y si, en lugar de planificar nuestros regímenes de ejercicio, centráramos nuestras intenciones en todo lo indeseable de la actividad humana —las guerras, la intolerancia, la brutalidad, el expolio de la Tierra— y tratáramos de hacerle frente? ¿Y si, en lugar de plantearnos propósitos tibios, asumiéramos compromisos firmes?
En Hojas de hierba, Walt Whitman escribe: “Esto es lo que debes hacer: ama a la Tierra y al Sol y a los animales, desprecia las riquezas, da limosna a quien te la pida, defiende al tonto y al loco”. Y continúa: “Cuestiona todo lo aprendido en la escuela, en la iglesia o en los libros, desecha lo que sea un insulto para tu propia alma y tu misma carne será un gran poema”.
Así que ya está. Si buscas un propósito que valga la pena, Whitman no es un mal lugar para empezar.
La tarea de mejorar el mundo puede parecer imposible, pero no lo es. Todo lo que se necesita es la secuencia adecuada de decisiones discretas y correctas. Las decisiones no son más que propósitos con dientes.
Un editor mío me contó una historia de su infancia en la granja de sus abuelos en Iowa. El niño, mirando hectáreas y hectáreas de maíz, preguntó a su abuelo: “¿Cómo vamos a desgranar todo ese maíz?”. Su abuelo respondió: “Una hilera a la vez”.
Así es como se puede mejorar el mundo. Y podemos empezar poco a poco.
En lo personal, me comprometo a visitar con frecuencia un hospital infantil e intentar distraer a los niños con historias, cuanto más divertidas mejor. Me comprometo a llamar por teléfono a todas las personas solitarias que conozca —y hay muchas— al menos dos veces por semana, simplemente para charlar y hacer que se sientan parte del mundo. Prometo dar un poco de lo que tengo a quienes me lo pidan, y a los que no, y defender a las personas tercas y delirantes, cuanto más tercas y delirantes, mejor. Prometo echarle un vistazo a los vagabundos (gatos, perros y personas) y darles algo de seguridad y consuelo. Prometo ver cada mal como una amenaza, cada herida como una oportunidad.
¿Qué vas a hacer ahora, esta semana, este mes, para conseguir un mundo mejor? Organiza una protesta. Envía una carta para corregir un error o para ofrecer tu amistad. (Una carta atenta y comprensiva a un amigo en pena o angustia es algo poderoso). Tiende una mano. Ofrece una palabra de consuelo, inspiración, apoyo o amor. Dona dinero o, lo que es más valioso, tiempo. Hay tantas maneras de mover este mundo, justo al alcance de la mano.
La gran y hermosa ironía de todo esto, por supuesto, es que el desinterés no es lo contrario de la superación personal. El altruismo es sinónimo de automejora, y es el tipo de automejora más significativa y duradera.
Ponlo en práctica y puede que descubras que el Año Nuevo es, de hecho, un paso adelante con respecto al anterior. Puede que, de repente, te veas y te sientas mejor de lo que te habrías sentido después de cualquier dieta o ejercicio. Sin ego. Más ligero. Oye, ¿no has bajado de peso?
Practícalo, y de repente descubrirás que tu pequeña vida se ha hecho grande. La gran vida es como el arte. No se hace bien a menos que el artista sueñe de manera expansiva, absurda, haciendo un glorioso ridículo al estilo de Whitman al buscar realzar todo, curar todo mal. Nada menos.
Hace un par de meses, en un evento, alguien me preguntó por qué había escrito algo como lo había hecho, y me encontré respondiendo: “Para salvar el mundo”. Fue risible, absurdo y cierto.
Roger Rosenblatt es escritor. Recientemente publicó el libro Cataract Blues: Running the Keyboard."
" Los propósitos de Año Nuevo son plegarias de a centavo. Eres así, pero esperas ser así. Antes querías esto, pero ahora quieres aquello.
El supuesto que subyace a los propósitos es que algo debe corregirse y mejorarse. Uno promete ser mejor de lo que fue el año anterior.
Parte de la naturaleza de los propósitos, sobre todo para los que tenemos más de 60 años, tiene que ver no solo con el nuevo año que tenemos por delante, sino también con el tiempo ya pasado, o mal pasado.
Reflexionamos sobre los años que hemos vivido, sobre los propósitos que nos hemos hecho y los que no. Ha pasado otra Nochevieja. Cada vez que pasa un año, el corazón se hunde. Se nos acaba el tiempo, y el tiempo es lo que más valoramos.
El historiador y filósofo Lewis Mumford creía que el reloj, y no la máquina de vapor, era la principal máquina de la era industrial, porque el tiempo guarda una relación dominante con el gasto de energía humana y, por tanto, con cualquier producto. Desde el principio, la esencia de la industria ha sido que las cosas funcionen a tiempo. El tiempo lo toca todo en la vida, incluso el amor. Es fundamental.
Por eso siempre hay una desesperación melancólica y un sentido de urgencia cuando gritamos: “¡Feliz Año Nuevo!”. ¿Este nuevo año será, de verdad, mejor que el anterior? Nos hacemos ese propósito. Decidimos estar más en forma, más sanos, ser más listos, más ricos, más exitosos, más populares, más productivos, mejor vestidos, más felices. Y así se reinicia todo el ciclo vano, insensato e inevitablemente decepcionante.
El problema de todas estas promesas orientadas hacia uno mismo es que son nimiedades. ¿Qué le importa al gran mundo si pierdes peso, haces ejercicio, trabajas más arduamente, dejas de beber o de fumar?
Deja de fumar o fúmate tres paquetes al día. Haz ejercicio a diario o descuida tu apariencia. Es tu elección, tu vida. Tu pequeña vida. Mientras tanto, el mundo —todo el mundo torturado, autodestructivo, polarizado, en peligro, extraordinario— sigue girando.
¿Y si, en lugar de planificar nuestros regímenes de ejercicio, centráramos nuestras intenciones en todo lo indeseable de la actividad humana —las guerras, la intolerancia, la brutalidad, el expolio de la Tierra— y tratáramos de hacerle frente? ¿Y si, en lugar de plantearnos propósitos tibios, asumiéramos compromisos firmes?
En Hojas de hierba, Walt Whitman escribe: “Esto es lo que debes hacer: ama a la Tierra y al Sol y a los animales, desprecia las riquezas, da limosna a quien te la pida, defiende al tonto y al loco”. Y continúa: “Cuestiona todo lo aprendido en la escuela, en la iglesia o en los libros, desecha lo que sea un insulto para tu propia alma y tu misma carne será un gran poema”.
Así que ya está. Si buscas un propósito que valga la pena, Whitman no es un mal lugar para empezar.
La tarea de mejorar el mundo puede parecer imposible, pero no lo es. Todo lo que se necesita es la secuencia adecuada de decisiones discretas y correctas. Las decisiones no son más que propósitos con dientes.
Un editor mío me contó una historia de su infancia en la granja de sus abuelos en Iowa. El niño, mirando hectáreas y hectáreas de maíz, preguntó a su abuelo: “¿Cómo vamos a desgranar todo ese maíz?”. Su abuelo respondió: “Una hilera a la vez”.
Así es como se puede mejorar el mundo. Y podemos empezar poco a poco.
En lo personal, me comprometo a visitar con frecuencia un hospital infantil e intentar distraer a los niños con historias, cuanto más divertidas mejor. Me comprometo a llamar por teléfono a todas las personas solitarias que conozca —y hay muchas— al menos dos veces por semana, simplemente para charlar y hacer que se sientan parte del mundo. Prometo dar un poco de lo que tengo a quienes me lo pidan, y a los que no, y defender a las personas tercas y delirantes, cuanto más tercas y delirantes, mejor. Prometo echarle un vistazo a los vagabundos (gatos, perros y personas) y darles algo de seguridad y consuelo. Prometo ver cada mal como una amenaza, cada herida como una oportunidad.
¿Qué vas a hacer ahora, esta semana, este mes, para conseguir un mundo mejor? Organiza una protesta. Envía una carta para corregir un error o para ofrecer tu amistad. (Una carta atenta y comprensiva a un amigo en pena o angustia es algo poderoso). Tiende una mano. Ofrece una palabra de consuelo, inspiración, apoyo o amor. Dona dinero o, lo que es más valioso, tiempo. Hay tantas maneras de mover este mundo, justo al alcance de la mano.
La gran y hermosa ironía de todo esto, por supuesto, es que el desinterés no es lo contrario de la superación personal. El altruismo es sinónimo de automejora, y es el tipo de automejora más significativa y duradera.
Ponlo en práctica y puede que descubras que el Año Nuevo es, de hecho, un paso adelante con respecto al anterior. Puede que, de repente, te veas y te sientas mejor de lo que te habrías sentido después de cualquier dieta o ejercicio. Sin ego. Más ligero. Oye, ¿no has bajado de peso?
Practícalo, y de repente descubrirás que tu pequeña vida se ha hecho grande. La gran vida es como el arte. No se hace bien a menos que el artista sueñe de manera expansiva, absurda, haciendo un glorioso ridículo al estilo de Whitman al buscar realzar todo, curar todo mal. Nada menos.
Hace un par de meses, en un evento, alguien me preguntó por qué había escrito algo como lo había hecho, y me encontré respondiendo: “Para salvar el mundo”. Fue risible, absurdo y cierto.
Roger Rosenblatt es escritor. Recientemente publicó el libro Cataract Blues: Running the Keyboard."
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