Publico un texto que compartió mi amiga Lupita Bonilla, escrito por Gonzalo Sevilla Miño, en Quito el 18 de mayo de 2021
"Todo era cuestión de ponerse de acuerdo:
- Nos vemos a las doce en La Fuente de la Amazonas -
Si es que no era ahí, pues era en La Jaiba, en Las Redes o en el Techo Rojo; en la heladería Amazonas, en el Buen Humor, en la fuente de soda El Sabor o en la Churrería Manolo. Lo cierto es que sobraban lugares para reunirse a tomar un helado, una cerveza o comerse unas papas fritas con salsa tártara o un cebiche, y no había mejor sitio que el querido tontódromo para toparse con los amigos de la jorga, con las lindas guambras devotas (¿de botas?) a las que se las podía ver los domingos a la salida de misa de Santa Tere. Siempre iban ataviadas con sus hermosas minifaldas o con sus sugestivos hot pants que eran el último alarido de la moda. Los hombres nos dejábamos crecer el pelo, las patillas y los mostachos; usábamos pantalones acampanados, camisas ceñidas y zapatos con plataforma. Generalmente todo empezaba por el periplo al que nos convocaba la Amazonas y Orellana, punto de partida en el que dábamos inicio a un interminable ir y venir en un recorrido de algo más de un kilómetro: se llegaba al redondel con el monumento a Rocafuerte que había en la Jorge Washington y se retornaba en sentido contrario de sur a norte. La mayoría íbamos en el carro del papá o de los hermanos mayores, pocos eran los privilegiados que ya tenían el suyo propio; y, algunos, lo hacían en sus motos. En cada vuelta nos volvíamos a encontrar con los mismos conocidos que ya estaban de regreso y volvíamos a repetir el saludo con un pitazo o con un, -¡Qué fue ve!, ¡asomarás más tarde! -
Y ya que mencioné a los hermanos mayores, se sabrá dispensar que me refiera a uno de los míos: mi hermano Rodrigo Sevilla y su jorga de amigos, fueron de los destacados animadores del tontódromo a finales de los 60 y principios de los 70; él, tenía una camioneta Toyota Corona que se hizo famosa por la cantidad de emblemas que la adornaban: en la parte posterior había un par de leyendas muy simpáticas: la una decía, “Transporte Escolar”; la otra, “La virginidad produce cáncer, ¡vacúnese!”; a renglón seguido ponía, “Puesto de vacunación”. En las puertas iba el número 32, número cabalístico con el que siempre participó en competencias automovilísticas. Además, el escape tenía unos resonadores que anticipaban la llegada del Rodrigo porque, sin aturdir, más bien daban al entorno cierto toque de alegría. Tanto la cabina como el balde, siempre estaban repletos de amigos, hombres y mujeres que iban cantando y poniendo un ambiente festivo a esos tradicionales recorridos. Algunas veces, no era raro encontrarse con que mi hermanito estaba dándose un amazonazo, pero de retro. Esa particular forma de ser le permitió ganarse el aprecio y el cariño de todos los que le conocieron.
En el trayecto, a la altura de la Amazonas y Veintimilla, se daba una graciosa situación con los mensajes musicales que dedicaba Gabriel Espinosa de los Monteros a los paseantes desde la ventana de la cabina de transmisión de la Radio Musical, estación radial que la mayoría oíamos y que se sintonizaba en el número 57 del dial y tenía un lema característico: “La única con arco esponjoso y sonido de cristal”. Desde los autos, dando voces se le pedía alguna canción y se le daba como referencia el número de placa del auto al que debía dedicarla. En otros casos, como todavía no se habían inventado los celulares, supongo que alguien le llamaba por el teléfono convencional a la radio y le pasaba algún chisme, ponía la canción y, eventualmente, provocaba una reconciliación o una pelea. Lo cierto es que teníamos hasta esos detalles de tan grata recordación.
Algunas veces decidíamos hacer un poco más largos los trayectos prolongándolos desde la Orellana hacia la Seis de Diciembre. En esa esquina quedaba La Fuente Dos, era uno de los primeros drive in de la ciudad; ocasionalmente y dependiendo de los recursos, nos quedábamos ahí para comernos las famosas papitas fritas con salsa tártara y un milkshake; caso contrario, seguíamos por la Seis hacia el sur hasta la avenida Patria y retomábamos el peregrinaje desde el Hotel Colón.
Cuando llegaban las Fiestas de Quito, que se las esperaba con ilusión, el ambiente se tornaba distinto, había una sensación de fiesta y algarabía. Entre tantos festejos, uno de los más importantes eran las corridas de toros: la Feria de Jesús del Gran Poder fue uno de los máximos atractivos que tenía la ciudad. Los taurinos íbamos a la plaza, la pasábamos de lo mejor y, a la salida, los no taurinos (todavía no aparecían los anti-taurinos) nos esperaban para ir a comer en los diferentes lugares que ofrecían comida española rindiendo un homenaje a Quito a la que hermosamente se la adorna en su himno con aquello de, “…Porque te hizo Atahualpa eres grande y también porque España te amó…”: en El Tronío preparaban unos callos a la madrileña deliciosos, también estaba La Paella Valenciana, el Mesón de la Pradera o La Taberna Quiteña. Por las noches, El Hotel Colón y el Quito, traían tablaos flamencos; alguna vez, vinieron los integrantes del elenco del famoso Café de Chinitas de Madrid; vino La Contraecha, bailaora que causó sensación en la ciudad. También llegaron a poner un toque muy especial de humor y alegría el trío Rumba Tres. Estuvo aquí el Grupo Tradición, agrupación musical hispana que provocó una verdadera revolución en la música ecuatoriana, tanto que, hasta ahora se les escucha interpretando el Chulla Quiteño de una manera diferente a la tradicional. En fin. Los bailes empezaban desde temprano; se hizo tradicional El Amazonazo que se realizaba los cuatro de diciembre: armaban tarimas y contrataban orquestas y conjuntos musicales ecuatorianos, eran infaltables los hermanos Miño Naranjo, Los Reales, Los Huayanay; se bailaba con Don Medardo y sus Players, con el Clan 5 o con Los Príncipes. Los shows comenzaban desde las diez de la mañana. El 5 de diciembre, día de la gran Serenata Quiteña, la celebración de La Mariscal era en el parque Gabriela Mistral; los vecinos del sector ofrecían a todo el mundo sus deliciosos canelazos o brindábamos con el famoso Paico Rey de Copas. También íbamos al CCI recién inaugurado o al Hotel Quito; los que querían entraban a La Llama; los que no, se quedaban afuera, en la visera en donde siempre había una orquesta. En realidad, se farreaba hasta el cansancio, pasábamos lindo.
Para evitar la fatiga de quienes se tomen la molestia de leer estas líneas, en otra entrega completaré lo que falta para concluir lo que representó dar una vuelta por el tontódromo. "
Gonzalo Sevilla Miño
Quito, 18 de mayo de 2021
Ubique en Facebook a Gonzalo Sevilla Miño y el artículo original, mismo que lo comparto y le invito amable lector a revisar las publicaciones
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