Guido Calderón
"Hay una culpa que nadie quiere asumir, una responsabilidad que se esconde tras diplomas y discursos: las universidades ecuatorianas han dejado de formar profesionales para producir cómplices. Jueces que venden sentencias, abogados que trampean la ley, ingenieros que firman obras podridas, médicos que trafican con recetas, periodistas que cambian la verdad por favores. Todos salieron de aulas donde la ética era una asignatura decorativa, donde el mérito se cambió por palancas y donde el pensamiento crítico se reemplazó por consignas ideológicas.
Fábricas de la corrupción
Fábricas de la corrupción
No es casualidad que los peores escándalos judiciales tengan nombres con títulos universitarios antepuestos: el Doctor, el Abogado. Esos jueces que liberan narcos, que ordenan incinerar pruebas; esos fiscales que archivan casos; esos defensores públicos que susurran acuerdos bajo la mesa; aprendieron algo más que leyes en las facultades: aprendieron que la moral es flexible. Las escuelas de Derecho ya no enseñan justicia, enseñan astucia. No forman guardianes de la ley, sino malabaristas.
Pero el cáncer no está solo en las cortes. Las facultades de ingeniería gradúan a los que sobornarán en licitaciones; las de medicina, a los que venden plazas en hospitales; las de economía, a los que blanquearán fortunas sucias. Cuando las universidades abandonaron la formación del carácter, la sociedad recibe profesionales sin escrúpulos.
Pero el cáncer no está solo en las cortes. Las facultades de ingeniería gradúan a los que sobornarán en licitaciones; las de medicina, a los que venden plazas en hospitales; las de economía, a los que blanquearán fortunas sucias. Cuando las universidades abandonaron la formación del carácter, la sociedad recibe profesionales sin escrúpulos.
Feudos ideológicos, no centros de saber
Las universidades públicas, en particular, son territorios de caudillos académicos, donde la ideología y el compromiso electoral pesa más que el conocimiento. Allí, en lugar de debatir ideas, se adoctrina; en lugar de investigar, se repiten consignas. Jóvenes que entraron con sueños de progreso salen convertidos en resentidos, convencidos de que el éxito es un privilegio ilegítimo y que el empresario es un enemigo.
¿Cuántos muchachos brillantes terminan perdidos en dogmas que condenan la inversión, ridiculizan el esfuerzo individual y glorifican el atraso? Esas mismas ideas disfrazadas de crítica social, son las que después espantan capitales y ahogan emprendimientos. Mientras, sus profesores —bien acomodados en sus cátedras vitalicias— les aseguran que la pobreza es virtud y que el Estado debe resolverlo todo. Así se construye la trampa perfecta: generaciones educadas para odiar el progreso que nunca tendrán.
¿Cuántos muchachos brillantes terminan perdidos en dogmas que condenan la inversión, ridiculizan el esfuerzo individual y glorifican el atraso? Esas mismas ideas disfrazadas de crítica social, son las que después espantan capitales y ahogan emprendimientos. Mientras, sus profesores —bien acomodados en sus cátedras vitalicias— les aseguran que la pobreza es virtud y que el Estado debe resolverlo todo. Así se construye la trampa perfecta: generaciones educadas para odiar el progreso que nunca tendrán.
El silencio cómplice
Lo más grave no es que las universidades hayan fallado, sino que se nieguen a reconocerlo. Sus autoridades, muchas de ellas atrincheradas en cargos por décadas, prefieren culpar a la sociedad o al sistema, antes que admitir que sus planes de estudio están fermentados, que sus profesores son mediocres con poder y que sus egresados son la semilla de nuestra decadencia.
¿Dónde están los cursos de integridad profesional? ¿Dónde las cátedras que premien la excelencia y no la sumisión ideológica? ¿Dónde los tribunales éticos que expulsen al profesor que vende notas o al alumno que copia? En su lugar, hay una maquinaria perfecta para reproducir la corrupción: desde el favorcito para pasar una materia, hasta el padrinazgo para conseguir un puesto público.
¿Dónde están los cursos de integridad profesional? ¿Dónde las cátedras que premien la excelencia y no la sumisión ideológica? ¿Dónde los tribunales éticos que expulsen al profesor que vende notas o al alumno que copia? En su lugar, hay una maquinaria perfecta para reproducir la corrupción: desde el favorcito para pasar una materia, hasta el padrinazgo para conseguir un puesto público.
La salida
Sí, pero requiere valentía. Urge exigir a las universidades que rindan cuentas por la calidad moral de sus egresados. Desterrar el adoctrinamiento y recuperar las aulas para el pensamiento libre. Premiar a las carreras que formen técnicos honestos, no teóricos revoltosos. Castigar a las instituciones que protegen la mediocridad y vendan títulos.
Mientras tanto, seguiremos viendo cómo los mismos que deberían construir el país son los que lo destruyen, con torcidas aplicaciones de las leyes, obras mal hechas, inauguraciones que valen más que la obra y discursos llenos de mentiras. Y al final, cuando el Ecuador sea solo un espejo roto, quizás entonces entendamos que todo empezó el día en que las universidades dejaron de enseñar a emprender, para enseñar a sobrevivir en el pantano que ellas han creado."
Mientras tanto, seguiremos viendo cómo los mismos que deberían construir el país son los que lo destruyen, con torcidas aplicaciones de las leyes, obras mal hechas, inauguraciones que valen más que la obra y discursos llenos de mentiras. Y al final, cuando el Ecuador sea solo un espejo roto, quizás entonces entendamos que todo empezó el día en que las universidades dejaron de enseñar a emprender, para enseñar a sobrevivir en el pantano que ellas han creado."
Este contenido ha sido publicado originalmente por EL COMERCIO. Si vas a hacer uso del mismo, por favor, cita la fuente y haz un enlace hacia la nota original en la dirección: https://www.elcomercio.com/opinion/universidad-que-me-condeno-guido-calderon-columnista/
Posiblemente lo que leyó moleste a más de uno, es mi obligación compartir porque lo leí y para poder mañana verle a los ojos sin desviar mi mirada.
Le comparto una experiencia
Esta sociedad se caracteriza por la astucia criolla, donde cada individuo busca atajos y beneficios personales. Los docentes, por su parte, caen en la mala práctica de limitarse a leer presentaciones o compartir copias de sus asignaturas, evitando así una metodología de enseñanza efectiva. Por otro lado, los alumnos buscan cualquier medio para hacer trampa. Ambos actores fundamentales en el proceso educativo han perdido de vista el verdadero objetivo de enseñar y aprender. Esto nos conduce a una condena social en la que prevalecen aquellos que buscan sacar ventaja y engañar a los más incautos.
ResponderEliminarCesitar gracias por compartir.Es una tristeza que pasen ésas cosas yo también soy docente y la ética primero aunque muchos se enojen
ResponderEliminar